El estado mexicano de Quintana Roo, como toda la Península de Yucatán, es una planicie de roca caliza cuya permeabilidad impide la formación de ríos superficiales. Las selvas, parte de las más grandes de América después de la Amazonía, captan agua que se infiltra al subsuelo formando el más grande sistema de ríos subterráneos del mundo. El agua subterránea sostiene a las comunidades, ciudades y a los más importantes desarrollos turísticos de América Latina.
Del mismo modo alimenta a los humedales costeros más extensos de Mesoamérica, de los que obtiene nutrientes que conduce al mar manteniendo vivo al segundo arrecife de coral más grande del planeta, uno de los pilares de la economía local, a través del turismo y la pesca. Estos ecosistemas albergan más de 555 especies de aves nativas o migratorias, alrededor de 200 mamíferos, la mayor riqueza de corales de México y decenas especies endémicas de mamíferos, aves, peces y plantas. La funcionalidad e interconectividad de ese delicado sistema ecológico y socioeconómico se ven amenazadas por el acelerado desarrollo turístico del estado (88,000 cuartos de hotel y casi 15,000,000 de visitantes anuales) y el consecuente crecimiento poblacional (1,500% en 40 años) y urbano (la mancha urbana de Playa del Carmen creció 540% en 6 años). Al mismo tiempo, la actividad agrícola aumenta en distintos puntos del estado incrementando la deforestación y la descarga de plaguicidas y fertilizantes al ambiente.
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